SINOPSIS
La última persona que vio a Silvia Blanch, desaparecida sin dejar rastro el verano de 2017, está muerta. Silvia era joven, guapa y estaba destinada al éxito. Alex, una joven periodista, será la encargada de ir hasta el pueblo de Montseny, donde vivía Silvia y donde se le perdió la pista, para hablar con su familia y escribir un artículo cuando se cumple un año de la desaparición.
Una vez allí, empieza a desempolvar todos los detalles de la desaparición en busca de respuestas. Rodeada de secretos y mentiras, no tardará en notar que su presencia molesta a los habitantes del pueblo. Sobre todo a uno de los principales sospechosos, por quien Alex se sentirá irremediablemente atraída a pesar de lo que parece esconder.
El último verano de Silvia Blanch, Lorena Franco
Planeta, Barcelona, 2020
320 páginas. 17,90 euros
OTROS DATOS: Edición de tapa rústica con solapas
"La novela más trepidante de Laura Franco, la nueva reina del thriller", exclama a bombo y platillo la faja del libro, ese empujoncito necesario para que te lleves a casa esta historia y no alguna de sus prima hermanas, que la rodean en el expositor de la librería. Tras años de callejear entre estanterías de novedades y bestsellers, se aprende a ignorarlas en su mayoría, al menos, si se intenta esquivar a las traicioneras expectativas.
El último verano de Silvia Blanch introduce a la periodista Alejandra Duarte, y, a pesar de que corre el verano de 2018, la redacción de Barcelona ahora parece más bien propia de la época de esplendor del amarillismo norteamericano en la que Hearst y Pulitzer guerreaban en los titulares. El director del periódico le comunica el tema del que se hará cargo: un artículo sobre Silvia Blanch con motivo del aniversario de su desaparición. Al esfumarse en extrañas circunstancias y sin motivo aparente, la prometedora joven dejó atrás a unos padres devastados, una hermana mayor y un novio con el que compartió varios años de relación. Alejandra pasará el fin de semana en Montseny, el pueblo en el que reside la familia, para entrevistarlos. ¿Cómo han vivido ese último año con Silvia en paradero desconocido? Las instrucciones de su jefe han sido claras: quiere que escriba "algo ñoño", que se le "salten las lágrimas", vaya.
Después de una hora de conducción por carreteras sinuosas, accede al centro de la localidad, donde se encuentra el hotel en el que se hospedará esos días. En esta primera toma de contacto con las gentes foráneas, traducido en un pequeño desencuentro con la recepcionista, comprobará que los periodistas no son bienvenidos en el lugar. Pese a ello, se muestra decidida a no dejarse amedrentar y se acomoda en una de las pocas mesas vacías de la terraza del alojamiento, armada con la carpeta del caso con toda la información disponible para estudiarla.
En ese momento, un joven de actitud hostil la increpa, intercambian algunas líneas y, de algún modo, espontáneamente cambia de parecer y se sienta con ella dispuesto a responder a una improvisada entrevista. Pero la conversación no se alarga en exceso, pues, tan pronto como se acomodó en el asiento, acaba por marcharse interrumpiendo la charla de forma abrupta. La periodista se queda plantada y con la mosca detrás de la oreja. La mañana siguiente acudirá al encuentro con los padres de Silvia. Cada nueva conversación con los residentes de Montseny, en torno a la incógnita de la desaparición de la joven, provocará el avance de Alejandra en un entramado de preguntas sin respuesta. Al menos, un par de ellas, sobre las que se vertebra, tambaleante, la trama de El último verano de Silvia Blanch.
Pese a que la novela se malogra en diversos aspectos, son, sin duda, los personajes sobre los que caen los escombros de los pilares. Alejandra Duarte se retrata como una amalgama azarosa de inconsistencias y contradicciones, no solo sufre de un discurrimiento mental simplicista, sino que su percepción general es, cuanto menos, cuestionable y grotesca. El lector se sitúa ante dos opciones: colocarse unas anteojeras o leer una y otra vez situaciones, conversaciones o razonamientos con los que se tropieza como piedras que le zancadillean. Por alguna razón, "un escalofrío" le recorre la espina dorsal al ver a "cuatro ancianos sentados en sillas de plástico fumando puros y sosteniendo unos carajillos". Al parecer, se trata de una "visión esperpéntica, tan de película de terror en la típica y previsible Ruta 66". Qué se puede añadir.
A menudo, no puede estar seguro el lector si el personaje que le presentan es una periodista con alma de detective o a la inversa, o ninguna de las dos cosas. En algunos pasajes, Alejandra Duarte presume de una postura decidida, segura y profesional, todo por la información, dispuesta a "interrogar a quienquiera que se encuentre". Desafortunadamente, una vez con un pie en la calle, se retrae en actitud insegura, torpe y duditativa, de una forma ilógica para el personaje, como si la autora no hubiese determinado aún su personalidad. Otros nombres se verán aquejados de igual modo de esta bipolaridad en su construcción.
Los traspiés se extienden por las páginas. No es común airear con detalle acontecimientos exactos en el formato de la crítica; en cambio, resulta irreprimible exponer un suceso muy concreto de El último verano de Silvia Blanch. La avezada periodista será conocedora de un hecho que agudizará sus sospechas sobre el posible culpable de la desaparición de la joven, quien es rechazado por los vecinos de Montseny al haber sido denunciado por cometer una violación. Cuando Alejandra se encuentra cara a cara con el presunto violador, con el que apenas ha compartido unos diálogos poco halagüeños —pero sí quizás alguno coqueto— en capítulos anteriores, un brillo especial en sus ojos al relatar este su brevísima versión de los hechos parece transmitirle a la periodista su inequívoca inocencia. Hasta tal punto llega su convicción súbita, que decide presentarse, sin previo aviso, en el lugar de trabajo de la aparente víctima para, tras juzgarla cruelmente por su aspecto físico, acusarla delante de quien allí se encontrase de mentirosa y de inventar que fue violada. Haciendo gala así de una encomiable profesionalidad, juicio crítico y sensibilidad. "Yo, que lo miré a los ojos y estuve atenta a cada uno de sus gestos, sí creí su versión".
Pese a todo y pese a todos, Alejandra Duarte se deja llevar por el desarrollo de la historia, cuya fórmula de progresión argumental se basa en saltar de una conversación a otra, como pollo sin cabeza. El personaje carece de una motivación real en esa "búsqueda de la verdad" en la que se embarca por mera conveniencia de la obra; aunque pretenda autojustificarse, tal y como se desvela, por una oportuna empatía con uno de los personaje, que, no obstante, en ningún momento ha logrado calar en la periodista más allá de alguna ligera y efímera aflicción. Llegará el lector a los agradecimientos sin saber ni quién es Alejandra Duarte ni qué quiere. Pero sí que, como curiosidad, "lo primero" que aprende cualquier estudiante de Periodismo es a "utilizar la insensibilidad como mecanismo de defensa, estableciendo una distancia intangible pero abismal entre las personas involucradas en un suceso y el periodista", a lo que, eso sí, añade una advertencia, "lo que no te dicen es que eso tiene más efecto secundarios que la quimioterapia".
Tanto da el resto de figuras de la trama, tan pronto muestran una identidad o temperamento como otro. Las revelaciones de nuevos datos o detalles, que pretenden cambiar el rumbo de las sospechas del lector, a menudo surgen de la nada, siempre tan sorpresiva como vacua, y juegan a desvelar intrincados aspectos que salen a la palestra forzosamente.
El último verano de Silvia Blanch alterna el relato en primera persona del presente que protagoniza Alejandra Duarte con destellos retrospectivos de Silvia; así como algunas interrupciones a la narración principal en forma de breves diálogos entre personajes, a menudo sin desvelar uno de los interlocutores, con la intención de avivar la intriga, a veces, solo para conseguir un tono ridículo y artificial. La gestión del suspense convierte el desenlace de la novela en una maraña de enredos y conveniencias que obligan a personajes y argumento a una serie de contorsiones insostenibles.
A pesar de todo, no se trata del libro de una autora novel. Lorena Franco (Barcelona, 1983) es una actriz y escritora conocida en la plataforma Amazon, con una simple búsqueda y un par de clicks en su página web oficial es posible averiguar que cuenta con quince títulos a sus espaldas. Entre ellos, destaca su trilogía La viajera del tiempo. Fue en febrero de este año cuando comenzó su andadura junto a Planeta con El último verano de Silvia Blanch.
El último verano de Silvia Blanch introduce a la periodista Alejandra Duarte, y, a pesar de que corre el verano de 2018, la redacción de Barcelona ahora parece más bien propia de la época de esplendor del amarillismo norteamericano en la que Hearst y Pulitzer guerreaban en los titulares. El director del periódico le comunica el tema del que se hará cargo: un artículo sobre Silvia Blanch con motivo del aniversario de su desaparición. Al esfumarse en extrañas circunstancias y sin motivo aparente, la prometedora joven dejó atrás a unos padres devastados, una hermana mayor y un novio con el que compartió varios años de relación. Alejandra pasará el fin de semana en Montseny, el pueblo en el que reside la familia, para entrevistarlos. ¿Cómo han vivido ese último año con Silvia en paradero desconocido? Las instrucciones de su jefe han sido claras: quiere que escriba "algo ñoño", que se le "salten las lágrimas", vaya.
Después de una hora de conducción por carreteras sinuosas, accede al centro de la localidad, donde se encuentra el hotel en el que se hospedará esos días. En esta primera toma de contacto con las gentes foráneas, traducido en un pequeño desencuentro con la recepcionista, comprobará que los periodistas no son bienvenidos en el lugar. Pese a ello, se muestra decidida a no dejarse amedrentar y se acomoda en una de las pocas mesas vacías de la terraza del alojamiento, armada con la carpeta del caso con toda la información disponible para estudiarla.
En ese momento, un joven de actitud hostil la increpa, intercambian algunas líneas y, de algún modo, espontáneamente cambia de parecer y se sienta con ella dispuesto a responder a una improvisada entrevista. Pero la conversación no se alarga en exceso, pues, tan pronto como se acomodó en el asiento, acaba por marcharse interrumpiendo la charla de forma abrupta. La periodista se queda plantada y con la mosca detrás de la oreja. La mañana siguiente acudirá al encuentro con los padres de Silvia. Cada nueva conversación con los residentes de Montseny, en torno a la incógnita de la desaparición de la joven, provocará el avance de Alejandra en un entramado de preguntas sin respuesta. Al menos, un par de ellas, sobre las que se vertebra, tambaleante, la trama de El último verano de Silvia Blanch.
Pese a que la novela se malogra en diversos aspectos, son, sin duda, los personajes sobre los que caen los escombros de los pilares. Alejandra Duarte se retrata como una amalgama azarosa de inconsistencias y contradicciones, no solo sufre de un discurrimiento mental simplicista, sino que su percepción general es, cuanto menos, cuestionable y grotesca. El lector se sitúa ante dos opciones: colocarse unas anteojeras o leer una y otra vez situaciones, conversaciones o razonamientos con los que se tropieza como piedras que le zancadillean. Por alguna razón, "un escalofrío" le recorre la espina dorsal al ver a "cuatro ancianos sentados en sillas de plástico fumando puros y sosteniendo unos carajillos". Al parecer, se trata de una "visión esperpéntica, tan de película de terror en la típica y previsible Ruta 66". Qué se puede añadir.
A menudo, no puede estar seguro el lector si el personaje que le presentan es una periodista con alma de detective o a la inversa, o ninguna de las dos cosas. En algunos pasajes, Alejandra Duarte presume de una postura decidida, segura y profesional, todo por la información, dispuesta a "interrogar a quienquiera que se encuentre". Desafortunadamente, una vez con un pie en la calle, se retrae en actitud insegura, torpe y duditativa, de una forma ilógica para el personaje, como si la autora no hubiese determinado aún su personalidad. Otros nombres se verán aquejados de igual modo de esta bipolaridad en su construcción.
Los traspiés se extienden por las páginas. No es común airear con detalle acontecimientos exactos en el formato de la crítica; en cambio, resulta irreprimible exponer un suceso muy concreto de El último verano de Silvia Blanch. La avezada periodista será conocedora de un hecho que agudizará sus sospechas sobre el posible culpable de la desaparición de la joven, quien es rechazado por los vecinos de Montseny al haber sido denunciado por cometer una violación. Cuando Alejandra se encuentra cara a cara con el presunto violador, con el que apenas ha compartido unos diálogos poco halagüeños —pero sí quizás alguno coqueto— en capítulos anteriores, un brillo especial en sus ojos al relatar este su brevísima versión de los hechos parece transmitirle a la periodista su inequívoca inocencia. Hasta tal punto llega su convicción súbita, que decide presentarse, sin previo aviso, en el lugar de trabajo de la aparente víctima para, tras juzgarla cruelmente por su aspecto físico, acusarla delante de quien allí se encontrase de mentirosa y de inventar que fue violada. Haciendo gala así de una encomiable profesionalidad, juicio crítico y sensibilidad. "Yo, que lo miré a los ojos y estuve atenta a cada uno de sus gestos, sí creí su versión".
La puerta se abre y, nada más entrar, me topo de frente con el mostrador de recepción, donde hay dos mujeres. Una de ellas es (...), la reconozco al instante por su melena rubia oxigenada recogida en un moño y exceso de maquillaje barato.
—¿Vienes a dejar un paquete? —pregunta con un tono de voz chillón y desagradable, al mismo tiempo que masca chicle.
Por un momento me pregunto qué vio (...) para acostarse con ella por muy bebido que fuera esa noche, entendiendo por qué luego la ignoró pese al alto precio que tuvo que pagar.
Pese a todo y pese a todos, Alejandra Duarte se deja llevar por el desarrollo de la historia, cuya fórmula de progresión argumental se basa en saltar de una conversación a otra, como pollo sin cabeza. El personaje carece de una motivación real en esa "búsqueda de la verdad" en la que se embarca por mera conveniencia de la obra; aunque pretenda autojustificarse, tal y como se desvela, por una oportuna empatía con uno de los personaje, que, no obstante, en ningún momento ha logrado calar en la periodista más allá de alguna ligera y efímera aflicción. Llegará el lector a los agradecimientos sin saber ni quién es Alejandra Duarte ni qué quiere. Pero sí que, como curiosidad, "lo primero" que aprende cualquier estudiante de Periodismo es a "utilizar la insensibilidad como mecanismo de defensa, estableciendo una distancia intangible pero abismal entre las personas involucradas en un suceso y el periodista", a lo que, eso sí, añade una advertencia, "lo que no te dicen es que eso tiene más efecto secundarios que la quimioterapia".
Tanto da el resto de figuras de la trama, tan pronto muestran una identidad o temperamento como otro. Las revelaciones de nuevos datos o detalles, que pretenden cambiar el rumbo de las sospechas del lector, a menudo surgen de la nada, siempre tan sorpresiva como vacua, y juegan a desvelar intrincados aspectos que salen a la palestra forzosamente.
El último verano de Silvia Blanch alterna el relato en primera persona del presente que protagoniza Alejandra Duarte con destellos retrospectivos de Silvia; así como algunas interrupciones a la narración principal en forma de breves diálogos entre personajes, a menudo sin desvelar uno de los interlocutores, con la intención de avivar la intriga, a veces, solo para conseguir un tono ridículo y artificial. La gestión del suspense convierte el desenlace de la novela en una maraña de enredos y conveniencias que obligan a personajes y argumento a una serie de contorsiones insostenibles.
A pesar de todo, no se trata del libro de una autora novel. Lorena Franco (Barcelona, 1983) es una actriz y escritora conocida en la plataforma Amazon, con una simple búsqueda y un par de clicks en su página web oficial es posible averiguar que cuenta con quince títulos a sus espaldas. Entre ellos, destaca su trilogía La viajera del tiempo. Fue en febrero de este año cuando comenzó su andadura junto a Planeta con El último verano de Silvia Blanch.
¿Qué os ha parecido el libro? ¿Lo habíais leído?
Espero recibir vuestras opiniones en los comentarios.
¡Hasta la próxima!
Hola, bella. La verdad, no estoy muy de ánimo para thrillers y, por lo que contás, este tampoco me llama especialmente la atención. Dudo que lo lea.
ResponderEliminarUn besote ♥
¡Hola, Sof! Te entiendo, a veces va por rachas, precisamente yo estoy en el momento contrario y me apetece este género. Gracias por leer.
EliminarHola!!
ResponderEliminarLa verdad que no soy mucho de Thrillers, así que este lo dejare pasar.
besotes y gracias por la reseña
¡Hola, Laura! Gracias por leer y comentar.
Eliminar¡Hola Alex! La verdad es que este libro tiene algo que no me llama la atención, me parece que por ahora lo dejo pasar.
ResponderEliminarBesos :)
¡No hay problema, Agustina!
EliminarCreo que has plasmado perfectamente algunos de mis pensamientos durante la lectura de este libro. Me resultaban incomprensibles muchas de las decisiones de la protagonista, de periodista de investigación no tenía nada, hacía las cosas sin pensar, por supuesto sin considerar las consecuencias. Es posible que para quien no sea lector de thriller sea una lectura atractiva, pero creo que para quien ya haya leído más no será una lectura memorable.
ResponderEliminarUn saludo
Muchas gracias por tu comentario, Abril, compartimos experiencia con esta novela, estoy de acuerdo en lo que mencionas, tuve esa misma impresión durante la lectura.
EliminarHola
ResponderEliminarLa verdad es que no conocía este libro ni a la autora, y debo decir que pese a que no es mi tipo de lectura, hija, es que me has convencido de necesitarlo.
un bes💕
Buenaas!
ResponderEliminarHe visto algunas reseñas del libro y aunque no es mi estilo, no descarto leerlo ^^
Gracias por la reseña <3