El papel del crítico literario

jueves, 14 de noviembre de 2019



«No me interesa», murmuró para sí, y, molesto, pellizcó la esquina superior de la página con el pulgar y el índice para restallarla y dar paso a la siguiente, como un castigo al autor de esa crítica desaborida y al propio periódico. Extrañado, se acomodó las gafas mediante un preciso toque en el puente plateado con el nudillo, así pudo comprobar que había caído precipitadamente en la sección deportiva. Significaría mentir como un bellaco si criticase airadamente a los amantes del balompié, pues él mismo era uno de ellos, y, después de todo, era en la inequívoca intimidad de su mente donde tenía lugar esta sucesión de pensamientos. Pese a ello, frunció el ceño y decidió que este país se iría al garete de manera directamente proporcional a la velocidad con la que se reducían a diario las páginas dedicadas a cultura en los periódicos.

Apeles se sentía frustrado. Es cierto que, en los últimos tiempos, por vergüenza que le de admitirlo –aún ante su ‘yo’ interior juiciero–, apenas había pasado algún que otro libro por sus manos. Pero, acto seguido, las razones que justificaban sin lugar a dudas esta realidad se atropellaban unas a otras. 

LaescuelalosniñoslosexameneslosproblemasfamiliaresdeMateoelacosodealgunoscompañerosaMartinaeljefedeestudioslepresionaparasermásestrictosuspropioshijoslaenfermedaddesupadresumujerjugándoseunposibleascenso. No tenía tiempo para leer. No lo tenía, ¿verdad? Era comprensible. Muchos otros españoles trabajadores lo entendían, se encontraban en su misma situación. Lo dicen los periódicos. Él mismo lo leyó en uno la semana pasada, cuando salieron los nuevos datos sobre los hábitos de lectura en el país.

Con el pecho henchido declara a menudo y a los cuatro vientos la importancia de leer los periódicos, cosa que él, por supuesto, hacía cada mañana. Sin embargo, una mano invisible agarraba y tiraba de su esternón, encogido, encogido, hasta agachar la cabeza cuando alguien le preguntaba cuál fue el último libro en el que se sumergió.

No siempre fue así. Cuando Apeles estudiaba en la universidad, y durante años posteriores, leía novelas e incluso ensayos de forma habitual. Antes de las redes sociales, que no entiende y parecen asfixiarle por mucho que le digan que son el futuro y si no estás en ellas es como si no existieras; y de Amazon, esa ballena blanca que parece representar la calamidad de las librerías y que lo está invadiendo todo.

Cada año aumenta el número de libros que se publican. Apeles siente que el tiempo transcurre descontrolado cuando, al entrever por los escaparates las mesas de novedades de los comercios libreros, se percata de que estas no duran inalteradas más de unos días. 

Pero Internet es todavía peor. Las campañas editoriales, que te fríen con los bestseller y los cuatro autores más vendidos convertidos en gallinas ponedoras; las decenas de nuevas publicaciones mensuales; el vasto surtido de autopublicaciones, de escritores que pelean como gato panza arriba por hacerse un hueco en un mundillo que parece estar siendo fagocitado por celebridades tradicionales o los nuevos influencers. Apeles sufre de migraña cada vez que se dispone a aventurarse en este océano hostil marcado por la sobreinformación.

Le resulta del todo imposible tragar y digerir semejante catálogo, lo reconoce. De modo que acude con el rabo entre las piernas, humilde, a los medios tradicionales en espera de una ayuda, un consejo, una orientación. ¿Y qué se encuentra? Muchas críticas sin alma, sin chispa. Habitualmente sobre los mismos escritores –de los que todos hablan–, y de los grandes conglomerados editoriales.

Puede que Apeles no sea un experto en la teoría que rige la crítica de libros, pero sí sabe, como receptor de la misma, qué quiere encontrar y qué no en dichos artículos. Hace mucho tiempo leyó algo que le dio la razón, no recuerda quién lo dijo, solo que era un entendido alemán – E. R. Curtius–, pero la frase caló en su memoria: “Crítica es la literatura de la literatura”. Por ello, ¿cómo puede sentir Apeles la pasión, en su orientación positiva o negativa, hacia un libro si el propio análisis sobre el mismo carece de ella?

Apeles es consciente de la situación por la que está pasando el periodismo, en especial el relativo a la cultura, cada vez más oprimido y comprimido. Pero, ¿qué puede esperarse si lo que ofrece es la visión de una única celda del panal? Los jóvenes leen –demostrado que más que los adultos–, los amantes de las películas de acción leen, los que viven fascinados por la idiosincrasia de la historia leen, las mujeres que ansían dilatar su visión sobre el momento clave que viven en la actualidad leen. También los niños que conocieron a Harry Potter y que ahora acuden a Julia Navarro o a Elvira Sastre. Tantos perfiles hay como personas y todos ellos encapsulados en la norma con anteojeras de caballo. A menudo, Apeles mantiene monólogos que, desde su percepción, considera de lo más interesantes y con los que podría ayudar a cambiar las cosas. Pese a que estos nunca adquirirán la vida que otorga la voz en alto. Dobla el periódico una vez y, acto seguido, una segunda sobre sí mismo. Finaliza su sermón con una conclusión final dedicada a su hipotético espectador: el crítico literario vive tiempos difíciles, necesita aportar su propia pasión por la lectura a su papel como escribiente e intermediario entre el lector –habitual o potencial– que se ahoga entre un mar de títulos. A menudo sin saber qué quiere leer y qué no. 

Durante el traqueteo previo al frenazo, Apeles endurece su cuerpo y los pies le resisten como si un tornado fuese a pasar a su lado. Cuando el vagón se detiene por completo, aprieta el botón al tornar este en verde, y, con un pequeño paso, apaga su mente y se adentra en la jungla de la autonomía, la pasividad y el intransigente paso del tiempo.


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3 comentarios

  1. ¡Hoooola!

    Ains, pues me ha encantado.
    Ese detalle del "nunca tengo tiempo para leer" creo que es muy cierto. Porque sí, todos tenemos mil ocupaciones: que si exámenes, que si hijos, que si Universidad, que si la vida... pero la pura realidad es que siempre puedes sacar tiempo para lo que te interesa de verdad. Si no sacas tiempo para leer, es que no es tu prioridad. Punto.
    Y lo de la crítica literaria también me ha encantado. Creo que un crítico tiene que escribir con pasión, aunque esté escribiendo sobre el trabajo de otro. No tiene sentido hacer una reseña porque sí, porque es lo que toca: tendrían que hacerse porque se disfruta haciéndolas, porque pones el alma en lo que escribes. No puedo estar más de acuerdo :)

    ¡muuuuchos besos y gracias por compartir esta entrada!

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  2. Fantástica entrada.para contestarte volverá a leerte.pues me ha gustado mucho!

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  3. hola,
    es que una cosa es opinar si te ha gustado un libro, una peli, un evento deportivo y otra muy distinta es ser critico... tiene que ser muy dificil ser veraz y calificar algo simplemente por lo que es, y no dejar que nada ni nadie te influya.
    Me ha encatado esta entrada
    Besotessssssssssssssss

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